viernes, 19 de agosto de 2011

DOS CUENTOS DEL YO MENTIROSO PARA SER CONTADOS

De la tradición oral, dos cuentos del yo mentiroso
reinventados por Francisco Garzón Céspedes (Cuba/España)
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LA ANGUILA GIGANTESCA Y LA ANTORCHA INAPAGABLE
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Yo cuando voy a pescar siempre pesco lo mejor de lo mejor, como aquella vez en que fui al río e intenté pescar desde por la mañana, y era por la tarde y no había pescado nada. Pero yo esperaba y esperaba porque estaba seguro de que a un pescador como yo la fortuna siempre le reserva lo mejor de lo mejor. Y así fue, ya de noche pesqué una anguila, una anguila gigantesca, medía... ¡cuatro metros! Quizás a alguien le pase por la cabeza decir que no existen anguilas de cuatro metros, sin saber que eso no fue lo más extraordinario... Como el fuego que yo enciendo no se apaga, la antorcha, que yo había encendido para seguir pescando, se me cayó al río al pescar la anguila y se hundió en las aguas, pero... no se apagó. La antorcha siguió dando luz allá abajo y yo pude marcharme, cargado con la anguila de cuatro metros, viendo bien que muy bien por donde pisaba para encontrar el camino.
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YO SÉ MUY BIEN QUE LO QUE NO HAY QUE HACER ES QUEDARSE QUIETO
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 ¡Yo sé muy bien que lo que no hay que hacer es quedarse quieto! Como aquella vez, que estando yo en el medio del monte se me apareció un toro bravo. A tan sólo unos pasos, el toro bravo me miraba y yo miraba al toro bravo. A los ojos. ¡Justo justito a los ojos nos mirábamos! Cuando me di cuenta de que el toro había decidido embestirme, me eché a correr. ¡Y corrí y corrí y corrí! ¡Que, entre otras virtudes, también tengo la de buen corredor! Hubiera dejado atrás al toro bravo, pero de pronto una enorme pared de piedra me cortó la huida. Recta y alta, altísima, la pared de piedra. ¡Me sentí perdido! ¡Pero allí estaba, allí estaba un chorro de agua cayendo desde la cima! ¡Sin pensarlo dos veces comencé a subir por el chorro! ¡Aferrándome al agua subía y subía! Pensé que ya estaba salvado. Sólo que al mirar hacia atrás, el toro bravo venía subiendo también. ¡Yo sé muy bien que lo que no hay que hacer es quedarse quieto! ¡Sin pensarlo dos veces me agarré al chorro con una sola mano y con la otra saqué mi machete, corté de un tajo el chorro y el toro bravo se cayó! ¡El toro torito se cayó! 

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