miércoles, 10 de junio de 2009

EL HIJO DE LA CUENTERA. UN CUENTO DE LA PRODIGIOSA PROFESIÓN DEL NARRADOR ORAL

FRANCISCO GARZÓN CÉSPEDES (Cuba/España)
Cuento breve de la Colección:
Cuentos del narrador oral escénico,
que en total consta de treinta textos, y que ha sido la primera
en el mundo en tratar la figura del narrador oral artístico,
y la teoría y la técnica de este arte, desde la ficción narrativa.
La Colección completa puede encontrarse
en los libros El arte (oral) escénico de contar cuentos

(Editorial Frakson, Madrid, España. 1991);
Cuentos para aprender a contar (Ediciones Libros del Olmo
/ Universidad Surcolombiana, Colombia. 1995; y Ediciones
Antonio Fernández Prado, Madrid. España. 2003); y en Cuentos
para un mordisco
(Ediciones OEYDM, México D. F., México, 2001).

CIINOE. ciinoe@hotmail.com
Se autoriza la difusión sin fines comerciales por cualquier medio.
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EL HIJO DE LA CUENTERA
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La cuentera tuvo un hijo. Un momento antes de engendrarlo soñó que despertaba al ser besada por un príncipe. En verdad, el otro necesario para engendrar había sido elegido en amor. Era un mago. No cualquier príncipe, el de la ilusión. En el instante mismo en que el cuerpo de la cuentera se unió a ese otro cuerpo, como si tocados por una varita mágica pudieran fundirse en uno, ella pensó en la mujer verde y en el hombre violeta del cuento tantas veces contado: aquel dragón violeta dejándose ir en aquella cascada de peces verdes. Cuando el hijo nació, era tan pequeño que la cuentera recordó a Pulgarcito, e instintivamente le revisó los pies en busca de las botas de siete leguas. Sintió miedo de los gigantescos ogros que su hijo encontraría a lo largo de la vida. Luego sonrió, porque se dijo, ah, se dijo como Meñique, que “el saber vale más que la fuerza” y ya ella se preocuparía de ese saber. Que si cuentos, que si refranes, que si trabalenguas, que si adivinanzas. Decidió comenzar a enseñarle sin esperar más. Al crecer le tocaría al padre, que le enseñaría a reaparecer intacto después de cada ilusión. Ahora era el turno de la cuentera. Ahora era el turno de los dioses humanos. Y cada día ella contaba a su hijo, aunque todos a su alrededor exclamaban que aún no podía entenderla. Pasados unos meses, cuando su hijo empezó a hablar, las primeras palabras no fueron: “hambre” o “sed” tampoco precisamente “madre” o “padre”, aunque de algún modo esto fue dicho cuando la frase mágica ale­teó en los labios y el hijo de la cuentera balbuceó: “Había una vez...”.
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