viernes, 8 de mayo de 2009

DOCUMENTO: LA ORALIDAD Y LA LITERATURA, O LO QUE ES LO MISMO, LA COMUNICACIÓN Y LA EXPRESIÓN Y SUS PRESENCIAS EN LA FAMILIA Y EN EL AULA

Ponencia del Licenciado Francisco Garzón Céspedes,
Director General de la Cátedra Iberoamericana Itinerante
de Narración Oral Escénica, leída
por el Arquitecto José Víctor Martínez Gil,
Director Ejecutivo de la CIINOE,
en la Inauguración del Primer Encuentro Nacional
de la Oralidad a la Lectura, Comunic@rte,
4 de Mayo de 2009, Embajada de México,
Montevideo, Uruguay.
Se autoriza la difusión sin fines comerciales por cualquier medio.
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¿Cómo alcanzar un desarrollo eficaz y eficiente de la comunicación?
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Si circunscribo el intentar una aproximación a responder esta pregunta del Encuentro, una pregunta que sólo podría ser respondida muy en extenso; si sólo desde lo que yo he venido trabajando, circunscribo una respuesta, una parcial, a la esfera de la formación de la niña y del niño dentro de universos de comunicación (y por tanto también de expresión); si mi intento de responder lo circunscribo a la esfera de la formación contemporánea de la niñez dentro de universos de genuina interacción y plenitudes, entonces selecciono centrarme en exclusiva, para esta ocasión y tiempo posible de exposición, a lo que corresponde a la oralidad y a la literatura.
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Proponer y posibilitar una mayor presencia de la oralidad y la literatura en la vida familiar y en las escuelas, y en otros ámbitos colectivos de nuestras sociedades relacionados con la infancia, significa potenciar la comunicación y la expresión, dos de los máximos caudales de los seres humanos.
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Significa incrementar en la familia y en el aula la presencia de dos de las primeras acumulaciones de sabiduría. Y, a la vez, hacerlo desde los dos principales instrumentos para la formación y el progreso, para el mejoramiento y la plenitud humana: la oralidad y la escritura (que conlleva siempre la lectura).
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Hace ya muchos años, desde principios de los noventa (quizás lo supe desde antes), concluí y dejé constancia oral y escrita de que la oralidad es el camino natural a la lectura, afirmación que es Lema de este Encuentro.
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Una anticipación mía, este concepto, en cuanto a todo lo mucho que se ha afirmado en años recientes y en nuestros terrenos al respecto.
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Ya desde antes, intuitivamente, venía yo afirmando algo que los estudios científicos terminaron por avalar desde las universidades en los años noventa, y es que la madre debe conversar y contar amorosamente a la criatura desde que está gestándose en el vientre (la madre, que es la única que la criatura en formación puede escuchar por medio del cordón umbilical), y que el entorno familiar (madre, padre, abuelas y abuelos…) debe conversar y contar oralmente a la niña o al niño desde que estos nacen y, mucho, en su primer año de vida; y que este hacer será decisivo para todo su desarrollo.
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Tanto lo afirmé que terminé escribiendo a fines de los ochenta y publicando a principios de los noventa el texto narrativo “El hijo de la cuentera”, donde el niño, después de que le han conversado y contado oralmente desde que estaba en el vientre, lo primero que dice al hablar es… Mejor compartamos esta narración:
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EL HIJO DE LA CUENTERA

La cuentera tuvo un hijo. Un momento antes de engendrarlo soñó que despertaba al ser besada por un príncipe. En verdad, el otro necesario para engendrar había sido elegido en amor. Era un mago. No cualquier príncipe, el de la ilusión. En el instante mismo en que el cuerpo de la cuentera se unió a ese otro cuerpo, como si tocados por una varita mágica pudieran fundirse en uno, ella pensó en la mujer verde y en el hombre violeta del cuento tantas veces contado: aquel dragón violeta dejándose ir en aquella cascada de peces verdes. Cuando el hijo nació, era tan pequeño que la cuentera recordó a Pulgarcito, e instintivamente le revisó los pies en busca de las botas de siete leguas. Sintió miedo de los gigantescos ogros que su hijo encontraría a lo largo de la vida. Luego sonrió, porque se dijo, ah, se dijo como Meñique, que “el saber vale más que la fuerza” y ya ella se preocuparía de ese saber. Que si cuentos, que si refranes, que si trabalenguas, que si adivinanzas. Decidió comenzar a enseñarle sin esperar más. Ya al crecer le tocaría al padre, que le enseñaría a reaparecer intacto después de cada ilusión. Ahora era el turno de la cuentera. El turno de los dioses humanos. Y cada día ella contaba a su hijo, aunque todos a su alrededor exclamaban que aún no podía entenderla. Pasados unos meses, cuando su hijo empezó a hablar, las primeras palabras no fueron: “hambre” o “sed” tampoco precisamente “madre” o “padre”, aunque de algún modo esto fue dicho cuando la frase mágica ale­teó en los labios y el hijo de la cuentera balbuceó: “Había una vez...”.
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Venía afirmando también, desde décadas atrás, que este conversar y contar desde la oralidad debe ser intensificado gradualmente en toda la etapa anterior a que la niña o el niño accede a la escritura y a la lectura; intensificarse enfatizando su práctica misma, cada vez más, el que debe tratarse de comunicación entre dos interlocutores (única comunicación posible puesto que la comunicación es siempre humana y siempre compartiendo “el aquí” y “el ahora” de un proceso abierto de interacción); enfatizando que se conversa y se cuenta oralmente “con” el otro u otros, y no “para” el otro u otros.
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Me llevó muchos años formular de forma teórica que contar es contar con el otro y no para el otro, y esto influyó de modo poderoso en la transformación de la historia de la oralidad artística, pero pude formularlo porque en la práctica de quienes han conversado y contado oralmente con sensibilidad y saberes; de quienes, con compromiso y pasión, han conversado y contado oralmente con capacidad de percepción y de análisis, con respeto y con solidaridad, entre más positivo; en la práctica de quienes han conversado y contado oralmente con eficacia, madres, padres, abuelas, abuelos, maestras, maestros, entre muchos otros, ello ha sido siempre así: el otro ha importado y ha sido tomado en cuenta.
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Y venía afirmando que este conversar y contar oralmente, a los que, en cuanto a la formación de la niña o del niño, debe sumarse en la familia el leerle en voz alta cuentos, poemas y otros géneros literarios, o recogidos por la literatura; que este conversar y contar oralmente debe proseguir, de manera muy intensa, sobre todo hasta que los pequeños acceden a la lectura. Para que, cuando el niño o niña llega al escribir y al leer, encuentren todos juntos, tanto en la casa como en la escuela, un equilibrio entre los tiempos imprescindibles para la oralidad y para la comunicación, por una parte, y por otra, los tiempos tan necesariamente presentes de la expresión centrados en mucho en la escritura y la lectura. Por demás unos tan complementarios.
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La oralidad, he definido en años en que no estaba definida en ninguna de las ediciones del Diccionario de la Real Academia de la Lengua, es el proceso de comunicación (verbal, vocal y corporal) entre dos o más interlocutores presentes físicamente todos en un mismo tiempo y espacio; y debe ser diferenciada del simple hablar en voz alta cuando hablar deviene expresión pero no comunicación. La oralidad es la comunicación por excelencia.
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Por lo que un desarrollo eficaz y eficiente de la comunicación es un desarrollo eficaz y eficiente de la oralidad y debe comenzar en la infancia más temprana.
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¿No son precisamente la familia y el aula, donde en un mismo tiempo y espacio coinciden durante horas interlocutores, los ámbitos ideales para potenciar la oralidad y la comunicación?
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¿Y para potenciar, tal cual he propuesto, la educación (tanto la familiar como la de la enseñanza reglamentada) entendida y practicada como, ante todo, un proceso de comunicación? ¿Uno en búsqueda tanto de lo comunicador como de todas las formas factibles de la expresión? (también tan significativa para completar al ser humano y expandirlo). ¿No son pues por igual la familia y el aula los ámbitos ideales y primeros para potenciar la literatura?
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El escritor que soy siempre afirma que la literatura es reinventar las palabras de los sueños y de las verdades. Y tanto la familia como el aula son dos de sus esferas prioritarias de disfrute, ante todo de disfrute, y, también, de difusión y de promoción.
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Una y otra, la oralidad y la literatura, desde las formas y géneros tradicionales (tradiciones orales, tradiciones memorísticas…) hasta todas las otras formas que se han ido incorporando a lo largo de la historia humana hasta llegar a las más contemporáneas; una y otra, la oralidad y la literatura, siempre insustituibles mientras seamos los humanos que somos.
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La comunicación tendría que ser centro de interés de nuestras sociedades: de la familia, de los amigos, de las relaciones de trabajo o de estudio… Tendrían que ser centro de interés social sus modos, como mucho el de la docencia, de dimensionarse.
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Hago un llamado, tal y como lo he venido haciendo de tantas formas y con tantos fondos durante décadas, y lo ha venido haciendo nuestra Cátedra Iberoamericana Itinerante de Narración Oral Escénica, a potenciar en la familia y en el aula tanto la oralidad y la comunicación como la literatura y la expresión.
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Y mucho de esto lo he reiterado muy recientemente al analizar el libro
[1] de una escritora, profesora y narradora oral escénica de las Islas Canarias; un libro que ha partido de una iniciativa suya, una investigación y un proceso hacedor suyos; uno que, recién salido en España, se centra en plantearse un taller de la oralidad y la literatura en la escuela, y que comparte para una mayor y eficaz utilidad social: vivencias, criterios, testimonios, textos, dinámicas, entre más valioso.
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Yo he afirmado durante décadas que la docencia tendría que ser siempre entendida y ejercida como un proceso abierto a ocurrir en consonancia con los equilibrios a establecer entre las cinco personalidades de la oralidad que he definido, en este caso: la de lo que se enseña, la de quien lo enseña (y está dispuesto a aprender a la vez), la de la alumna o alumno o alumnos que escuchan (y que participan), la del aula y centro de estudios como espacio físico, y la de la circunstancia que los reúne a todos. He llamado una y otra vez a enfatizar en el aula los procesos abiertos y a establecer los equilibrios necesarios para las interacciones y para las más creativas presencias.
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Se trata de invención y de reinvención, de creación y de recreación, de la reactivación de mucha de la sabiduría acumulada por la humanidad y de la incorporación de saberes varios; se trata de enseñar a imaginar que es enseñar a relacionar y que tiene que ver con la incorporación y activación de los poderes creadores en todos los aspectos de la existencia.
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La comunicación es oralidad y la oralidad es la suma de la vida.
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[1] Rodríguez Silvera, Pepa Aurora. El lenguaje creativo en la escuela / Experiencias de una maestra. Anroart Ediciones, Las Palmas de Gran Canaria, Islas Canarias, España, Diciembre de 2008.
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